sábado, 10 de julio de 2010

LA ASONADA RELIGIOSA




Colombia nunca ha estado bien de salud ni mental, ni física, ni religiosa, ni económica y menos espiritual. Eso lo tengo claro desde muy pequeña edad cuando mi familia vivía en el barrio llamado “La culebrera”, hoy no sé cómo se llama pero si se que aún quedan algunas casas en pié, barrio de más o menos tres cuadras de fondo por dos de largo en la última de las cuales quedaba nuestra casa que, según me acuerdo, era una gran pieza donde dormíamos mis padres, tres hermanos más y, a veces, María Elba que se quedaba a jugar con nosotros los fines de semana porque era como de la familia; adjunta a ésta quedaba la cocina y un sitio donde mi papá “carpinteaba” y se resguardaban las gallinas que criaba mi mamá. El lote era largo y encerrado por tablas, alambres de púa y matas de jardín o de maíz que sembraba mi mamá y, en la parte trasera daba al río salitre, un caño de aguas negras e inmundas que muchas veces se desbordaba, dejaba la hediondez más grande y dañaba lo poco cultivado que teníamos.

No tengo idea desde cuándo mis padres se habían convertido al protestantismo y hacían parte de la Iglesia Presbiteriana de Bogotá, motivo por el cual mi hermanita mayor tenía que soportar las burlas y la maledicencia de algunos vecinos que creían ver en nosotros la encarnación del diablo, A raíz de esa creencia nos visitaban muchos misioneros gringos quienes nos acompañaban a la Iglesia, hacían Escuelas Dominicales y cultos en diferentes casas del sector y nos ayudaban para que pudiéramos estudiar en el Colegio Americano.

Mis padres, como fieles creyentes, ayudaban en la catequización, hacían visitas, leían la Biblia, oraban por los enfermos y trataban de llevar “el mensaje de Dios” a todas las personas que se les cruzaban. Eso enfureció al párroco de la Iglesia del Siete de Agosto del barrio del mismo nombre y acudió a toda su feligresía para tratar de acabar con esa intromisión ominosa para él, por lo que organizó un grupo de personas que fueron a atacar, con palos y piedras, a mi familia sin tener en cuenta que allí había cuatro menores de edad.

Según los comentarios y anécdotas de mis padres, la “chusma” como les decían y los llamábamos, se había apostado frente a la casa exigiendo a gritos y lanzando piedras, palos y maldiciones, que toda la familia se fuera del barrio porque eran hijos del demonio. Lo que no contaban era que los vecinos del barrio, ayudados por un misionero gringo que no se sabe de cómo llegó, salieron en defensa nuestra y en un enérgico encontrón los repelieron y sacaron corriendo para nunca más volver. Obviamente el párroco no hizo presencia ni condenó el ataque.

A partir de ese hecho, la gente fue más amable con nosotros y la vida se hizo más agradable pero seguíamos con el estigma de ser “protestantes”, cosa que a nosotros no nos afectaba porque creíamos firmemente que los católicos romanos eran dignos de misericordia. Aún sigo pensando así porque nunca he entendido ni entenderé la filosofía de esa creencia tan absurda de decir que María es la madre de Dios y que Dios es el creador de universo. Entonces en qué quedan?

Adicional a lo anterior, creo que lo peor que le ha podido pasara a América Latina es que los españoles nos hayan dejado esa herencia de fe en donde todo es posible de solucionar si pagas penitencias insulsas, sin contemplar, ni remotamente, la adecuada reparación de las víctimas de nuestros pecados o fallas y en cambio si aplicar aquello de que “peca, reza y empatas”. Realmente la fe católica romana ha fracasado en el mundo porque ha convivido con la corrupción, se muestra permisiva y acepta cualquier filosofía que la engrandezca, ha sido fusionada con las creencias ateas e idólatras de culturas que dice rechazar, pero que por conveniencia acepta descaradamente.

Esa es la gran enseñanza que me dejó la asonada que “viví” pero que no puedo acordarme por estar muy pequeño. Sin embargo creo que me ha marcado en la vida porque no creo en curas ni papas, no acepto fanatismos, no me fío de personas, no creo en la verdad revelada pero sí creo en la ciencia y en la investigación para tratar de conocer el por qué, el cómo, el para qué de los fenómenos que suceden en el contexto mundial, universal y, aún, personal.

Creo que el mundo sería mejor si se dejara de creer en apariciones, vírgenes, santos creados por los mismos humanos pero se pensara en construir sosteniblemente una sociedad más equitativa y más humana en donde la envidia, el irrespeto, el dinero mal habido, la falta de solidaridad y de oportunidades para todos, es decir, las “malas leches” brillaran por su ausencia.

Ricardo Contreras Rubiano

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