sábado, 10 de julio de 2010

MARÍA DE LOS ÁNGELES





Su nombre era Dolores y así estaba registrada en su cédula de ciudadanía, pero según  llamaba decía mi abuela Rosa, su nombre real era María de los Ángeles pero no se qué motivo tuvo para cambiar su nombre. Siempre asocié ese cambio con algo que había pasado en su infancia o adolescencia pero nunca salió una palabra de rabia o de rencor ni comentarios sobre el por qué del suceso y no fui capaz de preguntarle nunca sobre la verdad de ese cambio tan radical ya que yo prefería el primero porque es algo musical y especial para ella porque siempre la consideré un ángel de luz, un ser especial. Donde quiera que estuviera, siempre había alegría, amor, comprensión y gozo. Especialmente cuando nos reuníamos en la cocina o en la sala de la casa a conversar, jugar parqués o a comentar de la familia y de la vida, eso sí sin la nefasta presencia de papá, Ella era toda una maga para hacer trampa en el juego y nosotros nos reíamos de verla “amarrar” los dados y sacar siempre la cifra que necesitaba para coronar o para mandarnos a la cárcel. Jugar con ella era una aventura llena de risas.


Siempre fue un ser espiritual, hermosa, increíble, maravillosa, no terrenal, paciente, delicada, trabajadora, aguerrida y sufrida. Con esas palabras quiero describir al ser que me dio la vida, quien me sustento, me ayudó, protegió, cuidó y amó como nadie más lo ha podido hacer. Su recuerdo me acompaña y acompañará siempre porque de ella solo recibí amor, comprensión, apoyo y enseñanzas que me han servido para la vida.


Entiendo que su vida fue muy, pero muy difícil y complicada, en especial por tener que sobrellevar a una persona como don Manuel: huraño, malgeniado, dictador, grosero y violento, pero que supo afrontar todo con alegría y seguridad de estar haciendo lo mejor en todo momento a pesar de que su educación fue muy precaria pues, me imagino que no llegó ni a quinto primaria, lo que no le permitió pensar sino en asegurar la supervivencia de sus hijos por medio del trabajo duro y sin recompensa. La vida la trató muy mal para la clase de persona que era.


Su origen era campesino porque provenía de una familia, creo que un poco disfuncional, que vivía en la vereda de Sotaquirá jurisdicción del pueblito de Pachavita en el Departamento de Boyacá de la cual solo conocí a mi abuelita Rosa y a mis tíos Juliana, Demetrio, Julio, Rosita María y Luisa, esta última, al parecer, hija de otro señor diferente a mi abuelo. No estoy seguro. Tampoco estoy seguro del por qué mi mami llegó a Bogotá ni cuándo llegó. Dentro de lo que me acuerdo es que mi mami nos contaba que ella vivía con una madrina (su nombre no lo sé) en algún barrio y nos daba a entender que era más o menos en el centro de la ciudad.  


Tampoco es clara la forma como conoció a mi papá ni cómo se casaron en la iglesia de Lourdes en Chapinero, es decir, nunca contaron quiénes asistieron o fueron sus padrinos, cómo fue la ceremonia, si tuvieron luna de miel, etc. Además, no se sabe si mi abuela paterna, Lastenia Herrera, asistió o si les tocó a escondidas de ella porque, según contaba mami, ella los agarraba a piedra apenas veía a mi papá y a ella y tenían que salir corriendo. Además, nunca nos contaron, ni nosotros preguntamos cómo murieron mi abuela y mi abuelo Casimiro Contreras.


La imagen que tengo de ella es su hermosa cara siempre sonriente, sus negros, ondulados y hermosos cabellos, sus hermosos, gorditos  torneados y sonrosados brazos contrastados con sus estropeadas manos llenas de manchas de pintura de todos los colores, con sus sacos de lana para protegerse del frío y su actitud de estar siempre trabajando y pendiente de todo cuanto se necesitara en la casa.


A pesar de las vicisitudes que vivía siempre tuvo la sonrisa a flor de piel, nunca se quejó de su suerte, siempre trabajó duro y parejo como costurera, agricultora (sus Dalias eran famosas en el colegio porque era lo único que podíamos regalar a las profesoras) y sembraba cebolla, tallos (con los que hacía “indios”), maíz, lechugas y más para el sustento diario de nosotros. A la par hacía “bollos” de maíz, papas fritas (que mi hermano y yo vendíamos en el estadio), como pintora y tapizadora de muebles, como preparadora de colores y muchas cosas más. Todo eso sin recibir paga ni quejarse. 


Era una experta en pintar con trapo utilizando goma laca o la laca de todos los colores hasta dejar acabados impresionantes en los closets, mesas, sillas y armarios que se fabricaban en la carpintería de mi papá. No se sabe cómo aprendió estas artes y otras, como la tapicería, la preparación de colores de acuerdo con muestras que le llevaban los clientes y de thinner (disolvente para lacas), que despedían gases muy fuertes y a raíz de lo cual sus pulmones se fueron deteriorando.

Ricardo Contreras Rubiano

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